Kawsak sacha man – “la selva es viviente”, es una frase que dicen a menudo los ancianos y las ancianas de la Amazonía ecuatoriana. Quienes han vivido de manera íntima, social y emocional con su selva-hogar, lo entienden. Es hermoso escuchar a abuelos y abuelas comunicarse. Su sabiduría es valiosa y su idioma a veces imita el sonido de la tierra, en una danza de alegría y tragedia, que refleja la complejidad de la vida en la Amazonía.

Para entender estos códigos, hay que sentirse en relación con el mundo natural –algo poco común en el mundo actual. El lenguaje es vital para la identidad, una que sobrepasa nuestros cuerpos físicos, intentando revelar las relaciones íntimas, profundas y enredadas que tenemos con la naturaleza, con la tierra y con todas las especies del bosque, especies con las que estamos emparentadas, una red de parentesco. En la lengua kichwa no hay una sola palabra para "naturaleza”, sino la comprensión de que, como seres humanos, formamos parte del mundo natural.

La mitad del mundo – donde nacen los ríos, las cuencas sagradas.

Nos encontramos en Ecuador, un país plurinacional y uno de los más biodiversos del mundo que forma parte de la costa oeste de América del Sur. Su paisaje diverso abarca la selva amazónica, las tierras altas andinas y las Islas Galápagos, ricas en vida silvestre. La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) reconoce 18 pueblos y 12 nacionalidades indígenas. La Nacionalidad Kichwa-Amazónica es una de ellas, ubicada en la provincia de Napo, justo donde la cordillera Andina se une con la Amazonia y se encuentran especies endémicas, ríos de agua blanca, y una cantidad inmensa de oro.

Islas ancestrales de las comunidades kichwas Venecia Derecha, Tiyu Yaku y Santu Urku.

“Kuri Amu”, el rey del oro fue encontrado

Estefanía, 86, una rukumama (abuela en kichwa) de la comunidad Venecia Derecha, recuerda que cuando era una niña “encontraron un ser peludo casi humano con su cuerpo entero cubierto en oro”. Se referían a este ser como “Kuri Amu”; en la cosmovisión kichwa, un ser no-humano, dueño del oro. Estos seres se encuentran donde el oro es más abundante. Aunque muchos creen que es un mito, los ancianos y las ancianas de ese tiempo lo vieron con sus propios ojos, el rey del oro, arrastrado por el río, enredado entre las raíces de un árbol arrancado.

Durante los últimos 30 años, la provincia de Napo ha sido presa de la minería, una región conocida por sus hermosos ríos, su material rocoso y su oro. “Alto Napo” se refiere al sector donde los ríos Jatun y Anzu se unen y el rio Napo nace. Lo que antes era un río "puro", salvaje y respetado, ahora está intensamente invadido.

Eli: ¿Por qué crees que el río cambió de color?

Estefanía: “Los Amus en las cabeceras del río deben estar enojados con nosotros”.

Estefanía no ha podido ver la devastación de los sitios mineros con sus propios ojos, pero recuerda un tiempo en que los bosques y los ríos permanecían intactos. Solo puede ser testigo de la devastación a través las fotos que le muestran sus nietas en una diminuta pantalla de teléfono celular.

“Lavaba oro casi todos los días con mi mamá para poder mandar a mis hermanos y hermanas a la escuela”, dice Josefina Andi, 64, hija de la rukumama Estefanía. El lavado artesanal de oro es una práctica tradicional que no tiene ningún impacto a gran-escala en el ambiente. Hoy, Josefina junto a su familia, cuidan uno de los pocos bosques primarios aún en pie a lo largo de las riberas al sur del río Napo. “El trabajo que hacemos hoy es para nuestros hijos, para las futuras generaciones”.

La historia de “Kuri Amu” es una señal de advertencia al interior de la familia Andi-Aguinda, una que les advierte de la muerte y destrucción de la naturaleza y sus fuerzas, si nada se hace. En la cultura kichwa amazónica, la fuerte presencia de un “Amu” sugiere un ecosistema físico y espiritual balanceado.

En las mismas islas donde ancianos y ancianas Andi-Aguinda encontraron al “rey del oro” es donde mantienen sus huertos tradicionales llamados “chagras”. Los pueblos indígenas kichwa de Napo eran migratorios antes de las invasiones de tierras y la reforma agraria en Ecuador. “En el verano viajábamos río abajo durante semanas para cosechar sal, teníamos casas y varias chagras a lo largo del río”, recuerda Josefina.

Algunas islas eran tan grandes que se construyeron casas de larga duración. En ese tiempo, aún se practicaban entierros kichwas tradicionales, si moría la cabeza de un hogar, era enterrado debajo de su casa. La casa entonces era desarmada y abandonada sobre la tumba. Como era común vivir en las islas y a lo largo de los bancos de los ríos, muchos entierros kichwas se encuentran donde antes había casas.

Por esta razón, las juventudes kichwas protestan en contra de la minería, no solo como un acto violento contra la naturaleza, sino también como un acto violento en contra de los lugares de reposo de sus abuelos, abuelas y ancestros. “Nuestros abuelos y abuelas están enterradas en estas islas”, manifiestan Sisa y Zalia, nietas de ancianos y ancianas que un día vieron al “rey del oro”, mientras levantan un cartel en protesta contra la minería que está destruyendo las islas cercanas a su comunidad.

Sisa y Zalia protestan la mineria en el sector Venecia “nuestros abuelos están enterrados en estas islas”.

Metales pesados detectados, ¿están muriendo los ríos?

Según un reporte del 2021, los pueblos indígenas conforman el 5% de la población mundial; sin embargo, protegen el 80% de la biodiversidad del mundo. Muchas veces, las personas piensan en la protección de la biodiversidad como un plan estratégico con métodos y objetivos, pero realmente se trata de una cuestión de valor. Aunque los pueblos indígenas no son un monolito, muchos han compartido valores cuando viven en un mundo de relacionamientos. El pueblo kichwa amazónico vive en un mundo de relaciones con los ríos, bosques y especies, tanto terrestres como acuáticas. Si un río es contaminado con tóxicos, afecta toda la cadena de vida.

Muestras de agua tomadas de varias regiones del río Napo confirman la presencia de metales pesados y que “exceden los límites para la preservación de la vida acuática y la fauna silvestre”. Una investigación de la Universidad Regional Amazónica Ikiam, ubicada en Tena, capital de Napo, advirtió una ausencia de macroinvertebrados en el “35% de las localidades analizadas”, una advertencia ya que estas criaturas acuáticas son indicadores clave de la sobrevivencia en los ríos. Con frecuencia, los pueblos indígenas y las comunidades locales no son advertidas de los peligros de estos metales pesados y sus efectos en la salud a largo plazo.

El reporte de Ikiam sugiere que “debido al riesgo de cáncer provocado por la exposición a metales y metaloides, políticas estratégicas a largo plazo para reducir la exposición de los habitantes locales son necesarias, ya que la contaminación por metales puede persistir en el ecosistema durante décadas”.

Mujer kichwa de la comunidad Capirona bebe “asua”, una bebida tradicional conocida como chicha. El agua es del río Puni, contaminado con metales pesados.

Según las comunidades locales, no ha existido ningún intento por parte del Estado ecuatoriano para educar a las personas acerca de los peligros develados por académicos y científicos. En cada calle hay señales que dicen “cuidemos al medioambiente”, una declaración audaz pero hipócrita del estado ecuatoriano.

“Se espera que el contacto con el ecosistema acuático de las comunidades indígenas sea mayor... lo que podría aumentar el riesgo de desarrollar enfermedades relacionadas con el contacto de la piel con metales y metaloides”, indica el reporte de Ikiam.

El hijo mayor, la pérdida de una familia y su sobrevivencia día a día

Tuvieron que pasar tres intentos de visita y una tarde lluviosa para finalmente conocer a la familia Cerda-Grefa, una familia trabajadora que vive de la pequeña agricultura y minería. “Solo descansamos cuando llueve”, dice Ana, 52, madre de 13. En su cocina hay un estante con comida: una funda de fideos, arroz y avena. En el cuarto posterior, una abundancia de “chicha” una bebida tradicional amazónica, hecha de yuca, un alimento básico que demora meses en sembrar y cultivar.

Ana y su esposo, Lagarto, empezaron a contar historias extraordinarias de lugares que habían minado, descripciones de piedras hermosas y figuras geológicas, encuentros de enormes pepas de oro que vieron, pero no pudieron reclamar como suyas porque ya eran propiedad de los jefes mineros. “Di a luz a 7 de mis 13 hijos e hijas sola en la selva… mi abuela me enseñó cómo parir”. Su fuerza y su amor por sus hijos e hijas llena el cuarto. “Con oro pude comprar comida para ellos,” dice Ana. Junto a Lagarto, empieza a compartir los nombres de sus hijos e hijas y hace una pausa cuando uno es mencionado, Jofre, su hijo de 20 años que en 2021 desapareció en el río mientras minaba con una draga.

“Estaba a punto de graduarse de la Academia de Policía”, menciona Lagarto. En agosto del 2021, Jofre era un joven kichwa que buscaba asegurarse un empleo para seguir apoyando a su familia comprando una “draga” para extraer oro de la arena, gravilla y tierra usando agua y métodos mecánicos. “Para minar con una draga tenemos que sumergirnos bastante bajo el agua… eso es lo que hacía mi hijo. De repente lo jalaron. Salió a tomar aire una vez y luego desapareció”. Después de tres semanas, el cuerpo de Jofre fue encontrado. “Su cara era irreconocible y sus extremidades no estaban… pero sabíamos que era nuestro hijo”. Ana camina hacia uno de los cuartos y trae una foto: “él es mi hijo”. Jofre era descendiente de los ancianos y las ancianas que vieron al “rey del oro” y un hijo y hermano amoroso que siempre ayudaba a su familia como hijo mayor. Uno de los varios jóvenes que se han ido demasiado pronto a causa de las altas tasas de desempleo y las peligrosas condiciones de trabajo.


Lagarto y Ana junto a la foto de su hijo fallecido.

Ceibo, el último árbol en pie cerca de la mina más grande de Napo

Río arriba de la comunidad de la rukumama Estefanía, donde los ríos Anzu y Jatun se encuentran y se convierten en el río Napo, se ubica la concesión minera más grande de la provincia: Yutzupino. Según MAAP# 151, se contaron 70 máquinas con vínculos a la minería que seguían operando en el sitio en 2022, incluso después de que el gobierno de turno desplegara un operativo para detener la actividad minera. En plena pandemia, cientos de personas participaron en la fiebre de oro de Napo, con ganancias a corto plazo.

En 2021, Ruma Muscuy, hoy fallecido, fundó el Mirador Ceibo, el lugar perfecto para observar el encuentro de los dos ríos. “Ruma tenía interés en el turismo desde una temprana edad, siempre quiso conocer a gente de todas partes del mundo y proteger la naturaleza”, señaló una fuente que prefirió mantener su nombre en reserva. Las familias a las orillas lo han visto todo, antes de que su entorno cercano se convierta en la concesión minera más grande de Napo. “Yo crecí aquí….recuerdo un tiempo cuando había paz…cuando pescaba con mi familia”.

De adolescente, Ruma salió a la ciudad turística más cercana, y después de años de aprender sobre la industria turística, decidió regresar a su hogar para iniciar su propio proyecto. Poco sabía que su hogar se convertiría en la ubicación principal para que las personas asistan en primera fila a la destrucción de la selva y los ríos. Las tensiones escalaron enseguida entre familias que vivían del turismo y las que empezaron a vivir de la minería. Hoy este emprendimiento familiar y sitio turístico se enfoca en mantener vivo su sueño vivo. “Ceibo” no solo es el nombre del mirador, también se refiere al último árbol en pie junto al pozo minero más grande de Napo. El árbol se yergue con sus raíces salientes al borde de la carretera, uno de los últimos gigantes forestales de la zona.

Capirona, una comunidad despojada del agua

Cerca de la entrada a la comunidad kichwa de Capirona (parroquia Puerto Napo, cantón Tena, provincia de Napo), una media hora desde la comunidad Venecia Derecha, se encuentra una cruz blanca en la que se lee “Quien en vida se llamó Bruno”, una bienvenida desgarradora. La cruz lleva el nombre de un niño pequeño que fue atropellado por el único bus y medio de transporte que llega a esta zona. La vía permanece sin asfaltar, pero su presencia es inevitable ya que fue abierta por madereros que invadieron la zona hace muchos años. Las vías en la Amazonía son a menudo rastros de una historia colonial, de invasiones de tierra y explotación petrolera.

La misma semana que el niño fue atropellado, se reportó la muerte de otros dos niños, aunque la comunidad especula que estos murieron debido a la contaminación del agua con sustancias tóxicas por parte de la minería. “Poco después de que el río cambió de color, muchas personas de la comunidad se enfermaron”, dice Germania Tapuy, vicepresidenta de Capirona. Las autopsias de estos casos muestran que la razón de estas muertes era desconocida. Actualmente, la comunidad trabaja para llevar a cabo sus propias investigaciones sobre la contaminación del río.

El agua es vida, pero para quienes residen en Capirona, su fuente de vida ya no es segura. De acuerdo con los comuneros, el río Puni ha sido gravemente afectado por maquinarias que extraen materiales para la construcción de carreteras y oro. Lo que antes fue un río prístino y claro, de un color intenso verde turquesa, ahora es oscuro y café. Además de contaminar las fuentes de agua, la minería está destruyendo tierras y lugares sagrados. “Río arriba los mineros de oro están excavando tumbas. Un niño de nuestra comunidad encontró restos en el río mientras nadaba”. A lo largo del mismo río, “encontré una funda negra de plástico, la golpeé con mi machete… y no pude abrirla del miedo, podría haber sido un cuerpo”, cuenta Tapuy.

La adolescente Maite toma la olla más grande dentro de su casa y una botella reciclada de 3 litros. El camino hasta el río está resbaladizo por la reciente lluvia y hay huellas a lo largo del camino, señal de su constante uso. Tras un rápido chapuzón en el río, Maite llena ambos recipientes y los transporta de regreso a su hogar, donde esperan su mamá y sus hermanos y hermanas menores. Frente a su casa se encuentra el único tanque con agua limpia dentro de los límites de la comunidad.

Maite recoge agua del contaminado río Puni. Esta es la única fuente de agua que tienen.

Durante la gestión del alcalde Klever Ron (2019), la comunidad de Capirona exigió la instalación de tanques de agua para su localidad. A cambio de esto, “él quería venir a botar toda la basura del Tena en nuestro hogar”, recuerda Germania Tapuy, vicepresidenta de Capirona. Si la comunidad aceptaba, se habría convertido en el botadero del cantón Tena, con una población de 80.000 personas (Censo 2022). “No le dejamos y tampoco obtuvimos los tanques de agua”. El único tanque de agua fue entregado por una ONG para el uso de la escuela y cada semana se rellena con agua limpia. “En la semana escolar y las horas de escuela, los niños y las niñas tienen acceso garantizado a agua limpia para beber; sin embargo, en sus casas y los fines de semana, beben agua del río”.

La transición “verde” global amenaza a los pueblos indígenas

El auge de la industria petrolera en 1972 precipitó más formas de extracción en los años venideros. Durante los siguientes 50 años, más vías fueron construidas, las comunidades se empezaron a dividir y estalló una fiebre del oro. Actualmente, los oleoductos pasan por debajo de carreteras que recorren serpenteantes ríos contaminados por la minería. Ríos como el Napo, Anzu, Jatun y Puni, que alguna vez fueron seguros para beber han sido contaminados por la minería de oro y otros minerales.

La provincia de Napo cuenta actualmente con el mayor número de concesiones mineras de todas las provincias del norte de la Amazonia ecuatoriana. Hace más de dos décadas, maquinaria de gran envergadura comenzó a operar en estos ríos bajo la supervisión de los gobernantes ecuatorianos y países como China y Canadá. 

Actualmente, la minería representa el cuarto sector más importante de la economía ecuatoriana y se proyecta que en 2025 se posicione como el tercer producto de exportación hacia China, Suiza y Estados Unidos. Debido a las precarias condiciones económicas creadas por la pandemia de COVID 19 y la infraestructura colonial, sistémica y física existente, se produjeron acontecimientos devastadores como la fiebre del oro del Napo, en la que los mineros excavaron ilegalmente y deforestaron 500 hectáreas de bosque primario, playas e islas. Según una investigación del 2022, los principales benefactores fueron quienes la financiaron, entre los que probablemente se encontraban “grupos del crimen organizado, élites locales adineradas y funcionarios corruptos”.

Los menos beneficiados fueron los pueblos indígenas kichwas, y en especial las comunidades donde se realiza la explotación minera, las ubicadas río abajo como las del sector Venecia, y las de difícil acceso como Capirona. Mientras vemos la transición del mundo hacia una economía "verde", es difícil decir que será totalmente ética. Como nos han demostrado tanto la historia como los acontecimientos recientes, los que se verán más afectados son aquellos que coincidentemente protegen el 80% de la biodiversidad mundial. Para la tierra y la gente de la región de Napo, en la Amazonía ecuatoriana, la vida es compleja y está amenazada por acciones realizadas sin consentimiento libre, previo e informado, una violación del derecho constitucional de los seres humanos y la naturaleza.

Venecia Derecha Warmiguna. La fuerza intergeneracional de mujeres kichwa ribereñas sostiene varias vidas y territorios ancestrales en la provincia de Napo. Fortalecer a las mujeres es fortalecer al territorio.

 

(Foto abridora: Rukumama Estefania, matriarca del Andi-Ayllu-Muntun, río Napo)


¿Qué se puede hacer para apoyar a los pueblos originarios y proteger la biodiversidad?
Apoyar
el proceso de los pueblos originarios y nacionalidades del Ecuador: “Exigimos al Estado ecuatoriano el cumplimiento inmediato y efectivo de la sentencia de la Corte Constitucional, que implica el respeto a los derechos colectivos de los pueblos indígenas, especialmente el derecho a la consulta previa, libre e informada, frente a cualquier actividad o proyecto que afecte sus territorios ancestrales” (Conaie). 
          - A nivel nacional: Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador. 
       - A nivel amazónico: Confeniae, “una organización indígena regional que representa a cerca de 1.500 comunidades, pertenecientes a las nacionalidades amazónicas: Kichwa, Shuar, Achuar, Waorani, Sapara, Andwa, Shiwiar, Cofan, Siona, Siekopai y Kijus”. 
Informarte a través de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas (UN-DECRIPS), un documento que reconoce los derechos de los pueblos indígenas, como el derecho a la autodeterminación, a la subsistencia, y a las tierras, territorios y recursos. 
Participar en una economía alternativa y solidaria, un modelo económico alternativo al convencional que prioriza a las personas, el planeta, la transformación social y la transparencia. Esto significa apoyar a los emprendimientos y sitios turísticos liderado por familias y comunidades indígenas en Napo. 
        - Sinchi Warmi, Yuturi Warmi, Allpa Maki, Iyarina, Amupakin, Pakarina-Wayusa, Mirador Ceibo, Cascada Latas (entrada derecha), Laguna Azul, Centro Capirona, Shandia Lodge, Centro Shiripuno, Mayu Warmi
        - No participar en el trafico de vida silvestre. 
        - Conducir con respeto manteniendo una velocidad baja en zonas forestales y comunitarias. 
       - Cuando visitas sitios comunitarios favor de mantener el respeto y tener una perspectiva de apreciación cultural y no de apropiación cultural
Escuchar a las voces de los sitios afectados: Yutzupino, El dorado en disputa 
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Este reportaje fue creado por “hijas” del pueblo Kichwa Amazónico. Escrito y fotografiado por Eli Virkina. Asistentes de entrevistas de campo y fotografía: Sisa Andy y Lia Andy. Se produjo con el apoyo de Earth Journalism Network. Gracias a Mullu TV y Alberto Ñiquen, mi mentor, por su apoyo.